GRACIELA ITURBIDE
PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS ARTES 2025
PERFILES
REVISTA DE ARTE
6/6/20253 min read


La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide ha sido distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, uno de los máximos reconocimientos culturales del mundo hispanohablante. A sus 83 años, Iturbide ha sido reconocida por construir un “mundo hipnótico” que, como señala el acta del jurado, “parece situarse en el umbral entre la realidad más cruda y la gracia de una magia espontánea”.
La obra de Iturbide ha sido descrita como una intersección entre el documental y la poesía visual, un espacio donde el ritual cotidiano se convierte en símbolo, y la cámara se transforma en una herramienta de observación, respeto y fascinación antropológica. Su trabajo, profundamente enraizado en México, ha trascendido fronteras geográficas y culturales, revelando una sensibilidad única para narrar lo humano a través de lo simbólico.
Nacida en la Ciudad de México en 1942, Graciela Iturbide inició su camino en la fotografía de la mano de Manuel Álvarez Bravo, una figura central en la historia de la imagen en América Latina. De él heredó la importancia de la paciencia, la intuición y la mirada. “Fotografío cuando me sorprendo”, dijo alguna vez Iturbide, revelando una filosofía artística basada en la apertura sensorial y el asombro genuino frente al mundo.
Durante más de cincuenta años, su cámara ha documentado la diversidad y complejidad de México: desde los rituales de comunidades indígenas en Oaxaca, como los seris y los zapotecos, hasta las huellas del mestizaje, la muerte, el sincretismo religioso, las luchas de género y la vida cotidiana en sus dimensiones más sublimes y extrañas.
Su serie más célebre, “Juchitán de las mujeres”, realizada entre 1979 y 1989, retrata la vida de una comunidad zapoteca del Istmo de Tehuantepec, en la que las mujeres desempeñan un papel central en lo económico, lo social y lo ritual. La imagen “Nuestra Señora de las Iguanas”, con una vendedora que porta una corona de iguanas vivas sobre la cabeza, se ha vuelto icónica por su belleza, fuerza simbólica y misterio.
Aunque su obra suele clasificarse como documental, Iturbide ha trascendido los límites del género con un enfoque casi onírico. La suya no es una fotografía que simplemente registra: es una fotografía que interpreta, que revela otras capas de sentido en lo cotidiano. Sus temas recurrentes —pájaros, cementerios, muros, espejos, cactus— actúan como símbolos de la identidad, la memoria, la transformación y el tiempo.
Iturbide ha fotografiado fuera de México, en países como India, Estados Unidos, Madagascar o Cuba, pero siempre desde una perspectiva íntima, sin exotismos ni imposiciones. “La cámara me permite acercarme a mundos que no son míos”, ha dicho. Ese acercamiento se realiza desde la empatía, no desde la distancia: sus retratos no invaden, sino que acompañan.
El Premio Princesa de Asturias de las Artes se suma a una larga lista de distinciones que incluyen el Premio Hasselblad (2008), el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México, y numerosas exposiciones en museos de primer nivel como el Getty Museum, el MoMA de San Francisco, el Centre Pompidou y el Museo Nacional de Arte en México.
El jurado de los premios destacó que Iturbide “ha contribuido a renovar la tradición de la fotografía latinoamericana”, al tiempo que su trabajo “mantiene un profundo vínculo con las raíces culturales de su país”. Más allá de su indiscutible valor estético, su obra también tiene un componente político, feminista y existencial: habla de la vida, la muerte, la identidad, y la forma en que los pueblos miran y se dejan mirar.
Graciela Iturbide ha dicho que no fotografía para buscar respuestas, sino para formular nuevas preguntas. Su cámara no impone, sino que escucha. Por eso, recibir este galardón a más de cinco décadas de iniciar su camino artístico no solo reconoce una trayectoria consolidada, sino que celebra una forma de estar en el mundo: con los ojos abiertos, con respeto y con extrañeza.
Su arte nos recuerda que la fotografía no es solo una técnica, sino una actitud frente al mundo. Y que, como en sus imágenes, hay belleza en la sombra, poesía en lo cotidiano y una magia sutil que habita incluso en las formas más reales de la existencia.



