ANNA WEYANT EN EL MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
EL RESPLANDOR DE UNA JOVEN MAESTRA
PLÁSTICA
Revista de Arte
7/22/20254 min read


La artista canadiense Anna Weyant (Calgary, 1995) se ha convertido en una de las figuras más comentadas del panorama artístico contemporáneo. A sus treinta años, su primera exposición monográfica en un museo marca un momento clave en su ascendente carrera. El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en Madrid le dedica una muestra íntima y precisa dentro del programa de exposiciones centrado en la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza. La exposición, comisariada por Guillermo Solana en estrecha colaboración con la artista, reúne veintiséis obras que ofrecen una panorámica de su producción reciente y establece un diálogo visual con piezas históricas de la colección permanente del museo.
Las pinturas de Weyant, reconocibles por su delicadeza técnica y atmósferas introspectivas, se centran casi exclusivamente en la figura femenina, representada en escenas que oscilan entre lo doméstico, lo simbólico y lo absurdo. Jóvenes de gestos lánguidos, cuerpos flotantes o torpes, rostros melancólicos y composiciones que, pese a su apariencia amable, esconden una tensión emocional latente. La artista propone un universo donde lo familiar se desliza hacia lo inquietante, donde la belleza formal convive con una sensación de extrañamiento.
Estas características han llevado a que muchos críticos describan su obra como heredera del barroco y del realismo holandés, aunque también se perciben ecos del simbolismo, el surrealismo de entreguerras y la pintura metafísica. No obstante, su estética no se limita a lo pictórico. Weyant se nutre también de la cultura popular contemporánea, del cine, los cuentos infantiles, la iconografía publicitaria y, en particular, de las tensiones culturales que atraviesan a las jóvenes mujeres en la sociedad estadounidense.
Una de las razones por las que la obra de Weyant ha captado la atención internacional es su dominio técnico, que evoca a los antiguos maestros sin dejar de ser completamente contemporánea. En esta exposición, puede observarse cómo emplea veladuras, claroscuro y composiciones tradicionales, pero para narrar situaciones extrañas o fragmentarias. Algunas pinturas parecen bodegones renacentistas, pero con objetos fuera de escala o con frutas que parecen tener expresiones faciales. Otras remiten a la pintura académica del siglo XIX, aunque las protagonistas están absortas en escenas que rozan lo absurdo o lo grotesco.
La ironía es una herramienta clave en su lenguaje visual. Lo humorístico y lo grotesco emergen con sutileza, a veces en detalles como una postura imposible, una proporción distorsionada o un gesto congelado en un momento inesperado. Esa tensión entre el estilo sobrio y el contenido enigmático genera un espacio de ambigüedad emocional que desafía las categorías fáciles: ¿son retratos o parodias?, ¿denuncias o homenajes?, ¿sueños o pesadillas?
Uno de los aciertos de esta exposición es el modo en que se han dispuesto algunas obras de Weyant junto a pinturas de la colección permanente del Thyssen. Esta confrontación permite que las referencias implícitas en su pintura —la sobriedad de Vermeer, la teatralidad de Caravaggio, la delicadeza melancólica de Balthus o la extrañeza de Magritte— se vuelvan explícitas. Así, se refuerza el carácter anacrónico de su propuesta: no se trata de una artista que "imita" a los antiguos maestros, sino de una pintora que piensa desde el presente con las herramientas y sensibilidades del pasado.
Esta convivencia entre temporalidades también ilumina la colección del museo desde una nueva perspectiva. Ver una obra de Weyant junto a una pintura barroca nos obliga a reconsiderar qué miramos cuando nos enfrentamos a una obra clásica. En este juego curatorial, la artista se presenta no como una invitada del pasado, sino como una interlocutora que reescribe y reinterpreta esa historia.
En los últimos años, Anna Weyant ha sido una figura controvertida por la velocidad con la que ha ascendido en el mundo del arte. Su incorporación a la galería Gagosian, su inclusión en subastas millonarias y su aparición en ferias internacionales la han convertido en un caso ejemplar de la aceleración del reconocimiento artístico en tiempos de redes sociales y especulación. Sin embargo, más allá del ruido mediático, esta exposición demuestra que su obra merece una mirada detenida.
Lejos de dejarse llevar por modas efímeras o estrategias efectistas, Weyant ha consolidado un lenguaje pictórico que dialoga con la tradición sin caer en el pastiche. Sus cuadros, delicadamente construidos, ofrecen un acceso emocional a cuestiones profundas: la vulnerabilidad, la identidad, el deseo, la tristeza, el paso del tiempo.
La exposición de Anna Weyant en el Museo Thyssen no solo es un hito en la carrera de la artista, sino también un acontecimiento significativo para la escena museística europea. En un momento en el que la pintura figurativa contemporánea vive un renovado interés, la muestra permite apreciar el trabajo de una creadora que, con apenas treinta años, ha logrado crear un universo propio, reconocible y desafiante.
Más que una joven promesa, Weyant aparece aquí como una artista madura, capaz de interrogar con sutileza los imaginarios visuales que construyen nuestras emociones y contradicciones. En ese espacio donde lo cotidiano se vuelve misterioso y lo bello roza lo inquietante, su pintura encuentra su verdadero poder: el de hacernos mirar con otros ojos aquello que creíamos conocer.



