TERRITORIOS LÍQUIDOS

TEXTO DE CUITLÁHUAC MORENO

Territorios líquidos, de Magali Ávila, nos dispone una ambiciosa exhibición pictórica en la que se dan reunión una gama de temas elegidos con detenimiento, y en la que tiene un papel acentuado la travesía de espacios naturales: el río, la montaña, la vegetación y la tierra misma. El tema que se apuesta en el título del conjunto de piezas es ya un cruce de por lo menos dos imágenes: el espacio y la materia, es decir, el territorio como apertura de la experiencia que deja ver consigo la singularidad de lo líquido.

El espacio y el tiempo son las categorías más generales de la experiencia. Toda lo que podemos experimentar se da en un sitio y en una duración, ni siquiera podemos imaginarnos la ausencia efectiva de una u otra realidad. Para tener un acceso a lo real hay que estar justo en un lugar, del tipo que sea, y en un lapso, sin importar si se trata de temporalidades reales o meramente teóricas. De ahí que reconstruir un tema como el del territorio —desde su grado cero— supone una tarea de una dificultad nada menor, y ello se vuelve un asunto tanto más complicado cuando se trata de un tema tan vasto como el del espacio.

¿A qué territorios nos referimos cuando pensamos en sus estados líquidos? ¿Cómo dar cuenta de la experiencia tan personal, tan íntima e inescrutable, tan inasible y a su vez tan compartida como la de recorrer el espacio y la materia de unas geografías concretas en los términos y posibilidades con los que cuenta la pintura sin repetir lo consabido y sin ser desleal a lo vivido?

Patentar en pintura lo que una experiencia de trato con territorios naturales implica es un reto notorio, y debe obligarnos a salir de los modelos anquilosados para aproximarnos a las sensaciones que vivimos en dichos lugares. Hundirse en la montaña, entrar en el río cualquier vivencia de lo indómito— se han reducido en la reciente cultura visual a propaganda mercantil para cigarrillos y turismo deportivo, o bien, a una estampa monográfica de ilustración científica, pero atravesar sus sendas, ambientes y umbrales a modo de secciones diferenciadas es algo totalmente distinto.

Las imágenes que ahí se nos presentan tienen poco o nada que ver con la circulación banal de los espacios que aparecen en guías turísticas. Por lo mismo, lo fundamental para dislocar la mirada ordinaria de esas visiones es intervenir y desplazar las escalas con la que observamos a las cosas y a los vivientes que pueblan estos parajes. Es un ejercicio de lentes y mirillas, de acercamientos y lejanías, y sobre todo de localización y posiciones dinámicas.

Antes que cualquier otra cosa, lo que salta a la vista en las primeras piezas de Territorios líquidos es la imagen abrupta pero concreta de la fluidez y del azul en Del otro lado de la montaña. La manifiesta presencia de lo abstracto casi como si fuera una cosa natural: un animal, un conjunto de copas de árboles, un claro en el bosque o un río. Frente a las piezas de Magali Ávila nos situamos ante materia pura al modo de una cosa extensa (los contornos del agua) en sus propiedades intensivas (sus atributos: su estado fluido), o sea: el agua como imagen que se trenza con su materialidad presentadas ante nosotros a través del sostén preciso de lo pictórico. Territorio como emergencia de las sensaciones en eso que las distingue como tierra, como viento y como vida vegetal. Sin embargo, a pesar de muchos de los títulos de las composiciones, presentadas en unitario o en series de dípticos o trípticos, lo que no encontramos es referencialidad facilista. Magalí Ávila no trabaja con un modelo estético gastado de la naturaleza, en cualquier caso, lo que no encontraremos aquí es una referencialidad manifiesta. Es cierto que hay figuras, hay alusiones, insinuaciones más bien de signos, de alegorías y de iconos. Pero estas estrategias se ven abandonadas y casi borradas por la determinación de hacer presentes las fuerzas de la materia en su vínculo con el concepto.

Suele señalarse, casi a modo de frases de manual, que en el arte abstracto no hay unidad de tramas, ni se presentan personajes claramente identificables al modo de la pintura de corte o de género, mucho de ello es cierto en términos simplificados. Pero Territorios líquidos no deja de problematizar el asunto del testimonio y del relato, hay una narrativa intermitente y discontinua en la que lo vivible se dispersa y se muestra fragmentado en sub-tramas que pueblan los hilos invisibles entre las piezas y como huella o vestigio de la experiencia de la autora.

Otro punto a resaltar es el despliegue técnico, que también es tematizado como parte del discurso de la artista, particularmente en la pieza hacia la que se dirige el flujo de la exposición: La iniciación. Aquí la maleabilidad del material es en parte protagonista, el caudal inevitable ante el declive y el escapismo en picado de los líquidos componen una escena épica de sacralidad y misterio: el cauce de los fluidos, los espíritus del río, todo ello en un artilugio de profanación que revela la naturaleza técnica de la práctica pictórica al igual que su constitución como cuerpo vivo de la cera y de los óleos.

Para decirlo con otras palabras, en esta pieza atestiguamos una alegoría abstracta de la encáustica misma: la verdad desoculta de la técnica grabada a fuego (enkaustikos – εγκαυστικος), revelada como secreto de oficio. El fuego y el agua como oficios de la pintura. Esta pieza, con todo y su escapismo conceptual, no deja de ser una revelación del sendero iniciático en el que secreto de la pintura misma, como práctica disciplinar, se eleva a autoconciencia. Autoconciencia de la pintura y autoconciencia del río. Reunión de la técnica (téchne- τέχνη) y la materialidad (hyle – ὕλη).

Sin duda, se trata del festejo que implica un encuentro de dimensiones concomitantes pero pocas veces tan manifiestas como discurso estético e intelectual. La discontinuidad es una múltiple deriva de flujos narrativos a lo largo de las piezas de la exposición. No hay por entero una unidad de sujeto de la experiencia en esta trama, y no obstante la exposición también es un testimonio: las obras nos señalan que alguien ha vivido aquello de lo que dan cuenta. El lugar de la experiencia agrieta su continuidad y la dispersa en planos y posiciones de miradas sobrepuestas entre las cuáles emergen la carne-pintura, la pintura-vegetal y el mineraldenso que no se anclan en la mera referencia de una locación geográfica. Hablaríamos, en dado caso, de una geografía más definida por trayectos inmersivos de miradas y por composiciones monumentales de cohesión material más que propiamente por un recorrido paisajístico ordinario.

Nos enfrentamos a una diseminación de la percepción, y con ello también se ve dinamitado el paisaje visual. Las texturas nos presentan la visualidad de otros sentidos: lo táctil, lo auditivo, Incluso lo onírico y lo erótico que subyace a los fenómenos, que también son estados alterados de lo sensible.

En la obra de Magali Ávila lo que se nos presenta es una dispersión de sensaciones que se tensan entre lo autónomo y lo interdependiente. La misma localización de estas relaciones entre unos cuadros y otros se presenta de forma asimétrica y desigual. Hay a la par la presencia de planos microscópicos, propio de la vida de las moléculas de agua en el viento, lo mismo que construcciones cristalinas en las rocas y las hojas de los árboles tanto como evocaciones figurativas de órganos, gestos e iconos desarraigados de su emplazamiento típico como imágenes.

En suma, Territorios líquidos es igualmente un juego que a cada momento redimensiona y transforma en posición de encuadre el lugar que se atraviesa en cada paso del trayecto, cada díptico, en cada relación posible —manifiesta o encubierta— entre los cuadros como unidades parciales y como composición unificada.

El trayecto implica una irrupción del pensamiento convertido en materia concreta y alegórica a la vez, una contradicción que abraza sus polaridades en la encarnación y ocultamiento de su trama. La exposición en sí misma es una disertación sobre las metamorfosis e hibridación de las figuras naturales y las representaciones. La materia (hyle – ὕλη) aparece y se hace visible solo en su cruce con el concepto como forma (morphē – μορφή). Hilemorfismo han llamado en la antigüedad a ese modo de ser de lo real en el que no hay materia que no sea acompañada por su forma, es decir, su aspecto figurativo (eidos – εἶδος).

La propuesta de Territorios líquidos conforma una espacialidad que trastoca el lugar comúndel museo como espacio de contemplación facilista. Pues se trata -literalmente- de planos paisajísticos que se escapan de la estampa representativa a la que los reduce el mercantilismo de visualidad contemporáneo. Tenemos en frente una plétora de experiencias materiales que irrumpen más allá de su sitio asignado por las leyes de la geología o el turismo: el territorio en que coinciden la montaña y el río nos muestra otra cara del color, que como idea coincide plenamente con su materialidad en la cera y en el óleo. El río es flujo solo en el lapislázuli de la cera, y solo en tanto que pintura el río es un río que no refiere a otro caudal exterior a él mismo. Un aspecto fundacional y fundamental de lo abstracto es su resistencia a ser imagen referencial y servil. Hay imagen pero en otro tenor. La imagen ya no es signo de una ausencia como la imagen mimética o la figuralidad típica, pues no representa nada exterior a ella. En las obras de Magali Ávila la imagen no representa algo que no está ya ahí mismo como territorio vivo de lo pictórico en su más acabada fluidez.

Hasta marzo 2022

Museo de la Ciudad de México

https://magaliavila.com

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